BREXIT: LOS BUENOS PROYECTOS DE CONVIVENCIA CONVENCEN, NO SE IMPONEN A PORRAZOS

Esta mañana hemos tenido un debate sobre el Brexit en el Parlamento Europeo en el que me ha parecido interesante hacer algo más que lo ordinario. Proponer un ejercicio de reflexión a todos ante un asunto como el de la salida del Reino Unido de la Unión Europea que plantea muchas lecciones que podemos aprovechar todos para mejorar nuestra convivencia. Para resolver problemas atascados, demasiadas veces en las volutas de nuestros propios miedos y debilidades, más que en nuestras seguridades y fortalezas. Como he cosechado un aplauso multicolor proveniente de colegas de todas las ideologías, a lo mejor he acertado.

Hoy he defendido que hay que negociar rápido las condiciones de salida del Reino Unido de la Unión, priorizar el debate sobre los derechos de la ciudadanía y blindar el trabajo por la paz realizado en Irlanda del Norte. En definitiva seguir trabajando por los valores de la Unión para garantizar la Buena convivencia por separado sin renunciar a dar argumentos para retomnar la vida en común. Siempre he creído, el PNV ha creído, que la Unión Europea es y debe seguir siendo un espacio de derechos, libertades y prosperidad, una unión voluntaria, construida desde abajo. Una suma real de toda nuestra diversidad, capaz de representarnos como agente global. Este tipo de proyectos son atractivos. A nadie se le ocurriría imponerlos a porrazos. Porque convencen.

En una coyuntura como la que vivimos me ha parecido oportuno lanzar esa reflexión que incorpora tres claros mensajes. La ciudadanía tiene derecho a decidir. Decidir implica responsabilidad porque puedes acertar y también equivocarte pero eso significa la madurez y la democracia. Si tienes un buen proyecto que vender, ponlo en valor. Quien defiende sus posiciones a porrazos, como acabamos de ver en las calles de Cataluña tiene un problema de base: no confía en la oferta que puede hacer a los ciudadanos. Quién tiene un buen proyecto ni se plantea defenderlo a golpes. Convence. En un escenario así nuestro futuro, como ha dicho Juncker, es la Unión. No el Brexit.

Por eso hoy he comenzado recordando que las negociaciones sobre el Brexit certifican que ni los defensores del Brexit ni el Gobierno del Reino Unido creyeron nunca que los británicos decidiesen abandonar la Unión Europea. La lenta marcha de las negociaciones, la escasa concreción que contienen las propuestas que plantean los negociadores británicos o sus lagunas en materia de derechos para la ciudadanía responden a que ahora que hay que asumir lo decidido, algo que no estaba en los cálculos de nadie, aparecen la improvisación y la melancolía.

Las decisiones hay que asumirlas y la responsabilidad de todos los afectados pasa, en este caso por propiciar que estas negociaciones de salida asienten la mejor convivencia posible por separado en el futuro y quien sabe, quizá permitan ofrezcan argumentos para regresar a la vida en común. Por eso deben acelerarse. Antes que nada, hay que persistir en negociar rápido las condiciones del divorcio incluido el coste de la factura, priorizar el debate sobre los derechos de la ciudadanía y blindar el trabajo por la paz realizado por la UE en Irlanda del norte. En definitiva garantizar lo mejor que nos ofrece la Unión.

Y aquí viene la lección sobre el derecho a decidir y la necesidad de quitar el miedo a esa forma de construir convivencia. Hay que asumir que todos ya somos mayorcitos, ciudadanos libres e iguales con perfecto derecho a opinar y decidir sobre las normas que rigen nuestra convivencia. Ese es el principio que debe garantizar la ley. El principio que ninguna ley puede cercenar. Porque los territorios, como oí alguna vez decir a uno de los autodenominados constitucionalistas que acostumbran a olvidar que ellos tampoco tienen ningún derecho a imponer a los «otros» una identidad, nunca deben estar por encima de las personas que los habitan, que conviven sobre ellos. Nada más opuesto a ese principio , en un mundo en el que todos coincidimos en que el concepto de estado nación de hace veinte años ha desaparecido, que la que esa idea absurd de que la «integridad territorial de los estados» es inmutable. Salvo que admitamos que tal principio puede estar por encima de la voluntad, los deseos y las identidades nacionales que sienten y propugnan las personas que los habitan. En este contexto estos procesos democráticos en los que deciden los ciudadanos son toda una lección sobre lo que aporta a la Unión y sus valores el derecho a decidir.

En el caso del Brexit, ha servido para aclarar a quiénes se van el alcance real de su decisión y pode valorar si merece o no la pena. Pero además tiene efectos también sobre los que se quedan. Nos obliga a insistir en lo que nos une: un espacio de derechos, libertades y prosperidad. Reitero: una Unión voluntaria, construida desde abajo, suma real de toda nuestra diversidad, capaz de representarnos como agente global que nunca se nos ocurriría imponer a porrazos. Porque convence. Simplemente convence.

Toda una enseñanza para quienes ordenaron a un montón de policías ejecutar unas órdenes torpes y absurdas que solo han servido para echar más leña al fuego porque han vulnerado derechos y libertades, han ocasionado heridas a cerca de 900 personas y puede que añadan un nuevo descrédito a la ya maltrecha imagen de la justicia en España. Porque quizá algún irresponsable considere que estas actuaciones “no han alterado la convivencia”, pese a que hay pueblos en los que el normal discurrir de la vida no sera el mismo en mucho tiempo. Pese a que el autobús del Athletic fue recibido el otro día en Valencia con una manifestación de intolerancia tremenda. Pese a que sigue la escalada.  La orden judicial  ordenaba cerrar los colegios e impeder las votaciones, pero puntualizaba que tal objetivo debería alcanzarse «sin alterar la convivencia ciudadana» bien  superior a proteger.  Esa instrucción en absolute cuadraba con la barbarie que se desplegó este domingo en Cataluña.  Una actuación, unas imágenes, que son la más clara expresión de la impotencia de quién sacude: no confía en absoluto en lo que puede ofrecer. Y lo que es peor, sabe que el objetivo que dice querer lograr, esta hoy mucho más lejos que ayer. Por eso es casi imposible creer que ese sea el fin verdadero que persigue.

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