BIZIPOZA
Tenía ganas desde el viernes de escribir algo sobre las noticias que en materia de paz y convivencia se han producido este fin de semana en Euskadi. El viernes no pude asistir al homenaje a Joseba Goikoetxea porque tenía hace meses adquirido el compromiso de participar en una iniciativa sobre la difusión de los valores europeos que patrocina la UPV, 18 razones. Fue muy interesante y el fragor del debate me ayudo a superar el trago. Porque cuando me dirigía hacia el edificio que tiene la UPV en Abandoibarra confieso que mi corazón estaba en la calle Tivoli y se conmovió con el testimonio simple y directo de Leire, la hija que nunca pudo, aunque quiso y necesitó conocer a su padre. La hija que confirmaba viendo y hablando con todas aquellas personas que Joseba, aita, dejó una huella realmente profunda de su paso por la tierra.
He tenido luego ocasión de hablar con muchos de los que allí estuvieron y he podido recrear en parte aquella vivencia a través de los testimonios recogidos en los medios. Dejo aquí el que aparece en las páginas del periódico que entraba cada día en casa de Joseba. Pero si he de quedarme con algo es con la idea de que la persona, el ser humano que era Joseba Goikoetxea quedó en aquel homenaje por encima de cualquier otra consideración. Alegría de vivir. Una forma de ser, la de Joseba, que le ha trascendido. Un impulso que permitió que sobre el Zubizuri se diesen cita víctimas y victimarios, amigos, personas doloridas por varios tipos de violencia que comprobaban que el dolor y las lágrimas son el mejor testimonio de la sinrazón de la violencia que hemos padecido.
Allí estaba Joseba, sus aficiones, su familia, en una disposición nada habitual en este tipo de actos. Centrándolo todo y colocando aquel crimen, el dolor que provocó, la conmoción y sus efectos en el ámbito prepolítico en el que están todos los crímenes. En el espacio ético y vital en el que cualquier ser humano con un mínimo de sensibilidad puede encontrarse con el otro. Una pena que dos impactos de esta dimensión y valor ético y cívico se concentrasen el mismo día. Me hubiese parecido mejor que el testimonio que ofreció Iñaki Rekarte en la fundación Buesa hubiese sido otro día, antes o después, no importa. Así oímos una vez hablar de estas cosas, de este espíritu, del arrepentimiento, del dolor de las personas que están de vuelta y son capaces de decirlo morando a los ojos de las víctimas, cuando pudimos oírlo dos veces. En todo caso espero que actos como este se sigan produciendo para bien del país y su convivencia. Para que ocurra nada mejor que devolver a las personas, a las víctimas, el carácter de seres humanos que se les ha negado tantas veces. Antes que nada, padres, madres, hijos, hombres y mujeres que aspiraban a la felicidad antes de que alguien decidiese que no iba a permitirlo. Desde esa posición, tras ese sufrimiento invocar la alegría de vivir de Joseba, comprobar que veinte años después es capaz de producir un movimiento tan esperanzador, me alivió el alma. Bizipoza!!!!!!!
Lo que pasó y lo que se dijo me pareció tan positivo, tan importante que pasaré por alto los movimientos que el deseo de convivencia y normalización que allí se vivía, que la grandeza y generosidad que demostró la familia de Joseba generaron en la otra orilla. Allí se escudan quiénes dicen que todas aquellas barbaridades merecieron la pena y quienes no renuncian a tan macabro currículo. Allí se agazapan quiénes no respetan el dolor y el sentimiento de Joseba ni el de su familia y las personas que se congregaron a apoyarlas, quiénes están empeñados en mandar tanto que hasta pretenden imponer lo que cada uno estamos obligados a sentir. La lectura de las mini crónicas y pies de foto que la prensa ultra (¡demasiado que pasen estas cosas!) ofrecía el sábado son todo un recital en ese sentido. Pronto lo olvidé. Efectos de la Bizipoza que esa mañana dejó en mi alma.
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