VALORES, DERECHOS Y DEMOCRACIA PARA ACCEDER A LOS FONDOS DEL FONDO DE RECUPERACION
Europa ha sido siempre sinónimo de libertad y garantías democráticas para los que provenimos de lugares en los que funcionó una dictadura. Yo recuerdo muy bien lo que significaba para nosotros pasar la muga y encontrarnos en Iparralde con caseríos y edificios decorados con los colores de la Ikurriña. veíamos allí la libertad que se nos negaba, la luz que parecía menos brillante en el “otro lado”, en nuestro lado. En el país que no era, en el espacio en el que no podíamos, en la calle, hablar euskera.
Esa vitola tenía que ver con los hechos y se plasmaba también en leyes y en compromisos que iban estructurando lo que primero se llamó Comunidad Económica Europea y ha terminado siendo la Unión Europea. Este extraordinario proceso de convivencia y cooperación se basa en tres principios muy claros, la democracia, el respeto a los derechos humanos y un estado de derecho sólido, caracterizado por la división de poderes y la seguridad jurídica para todos los que convivimos a su abrigo.
Por eso me pareció una extraordinaria noticia que un acuerdo interinstitucional aceptase que el reparto de los fondos de recuperación estaría condicionado al respeto de los distintos estados a estos valores, que, por cierto, figuran en el artículo segundo del tratado. Hoy en el pleno hemos tenido el debate en el que el parlamento analiza las cuestiones que se verán en la próxima cumbre europea de diciembre y el pleno ha sido un clamor.
No hay que ceder. Hay mecanismos suficientes en los tratados, la cooperación reforzada, por ejemplo, para aprobar los presupuestos, poner en marcha el pan de recuperación y propiciar que la actitud autocrática de algunos estados no impida que los fondos lleguen a sus destinatarios finales. Hay precedentes de lo primero en asuntos tan importantes como el Euro o Schengen y no por casualidad, el acuerdo sobre el plan de recuperación incluye mecanismos para evitar que gobiernos autocráticos puedan perjudicar a su ciudadanía con sus comportamientos. La referencia de los alcaldes de Praga o Budapest, críticos con sus gobernantes y europeístas, puede ser uno de los caminos para sortear la irresponsabilidad de los mandatarios de sus estados.
Solemos oír a representantes polacos o húngaros repetir que Europa no puede imponerles cómo deben vivir. Y es verdad. La Unión no impone nada. Polacos y húngaros aceptaron, cuando entraron en la Unión, vivir de acuerdo con los principios que figuran en los tratados en que se basa el funcionamiento de la Unión Europea. Allí se detalla que la Unión se fundamenta en los valores de respeto a la dignidad humana, libertad, igualdad, estado de derecho y respeto a los derechos humanos. Pretender que perseguir la libertad de opción sexual, abolir la división de poderes o encarcelar personas por sus opiniones es una opción en un marco de convivencia guiado por estos principios es equivocarse mucho.
Orban y Kaczynsky suele amparar sus decisiones en el principio de subsidiariedad, pero ese principio nada tiene que ver con lo que hacen. Los principios y valores no son negociables. Deben estar presentes en el ejercicio de todas las competencias que tanto instituciones comunitarias, como nacionales y subestatales ejercen en la Unión. Ese es el sofisma que hasta ahora han defendido, con la protección del PP, hay que decirlo todo.
Es particularmente chocante, además, que dos gobernantes de antiguos países de la llamada Europa del este suelan comparar el seguimiento de estos principios y el control que de los mismos pretenden hacer las instituciones europeas con el régimen soviético. Para empezar Europa no reprime libertades, las protege. Tampoco he visto tanque alguno con las estrellas de la UE atropellando ciudadanos por las calles de Praga o Budapest. Creo que a estos efectos la intervenciòn que ha realizado el presidente de nuestro grupo Dacian Ciolos no tiene desperdicio. Aporta además la legitimidad de quien ha sido Comisario Europeo y sabe bastante de cómo se las gastaban los soviéticos en los países de su órbita antes de que cayese el telón de acero.
Como no he podido intervenir en el debate a causa de las restricciones que impone el COVID, he querido dejar constancia desde Bruselas de mi completo apoyo a esta posición. La solidez del estado de derecho, la existencia de garantías para proteger los derechos fundamentales, debe seguir siendo seña de identidad del proyecto europeo. Sin olvidar el modelo social que es también básico para que Europa se centra en las personas, en su dignidad y derechos.
Por eso el reparto de los fondos de recuperación debe vincularse al respeto en todos los estados a estos valores. No debemos ceder ante el veto de Hungría y Polonia. Tres de cada cuatro ciudadanos europeos apoyan esta posición. Derechos humanos, democracia y estado de derecho son las bases del proyecto europeo. Por eso es razonable dotar a las instituciones europeas de herramientas para que las buenas intenciones tengan más oportunidades de convertirse en hechos. Esta debe de ser la posición que salga del próximo consejo europeo. Va en ello la credibilidad de la Unión y la confianza que ha depositado en ella la ciudadanía que sufre estos ataques contra sus libertades.
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