LA CAUSA DE LA IGUALDAD DEBE UN HOMENAJE A NUESTRAS MADRES Y ABUELAS
Esta mañana he participado en Donostia en un curso de verano organizado por el Parlamento Vasco con motivo del cuarenta aniversario de esta institución. Bajo el título “Una mirada retrospectiva me ha tocado abrir el curso con una charla sobre “la aportación de la mujer a la política vasca en los últimos cuarenta años”. El título tenía trampa, porque la desigualdad está en los detalles. Sería imposible pronunciar una conferencia con el título “La aportación de los hombres a la política vasca en los últimos cuarenta años”. Yo he desarrollado la tesis de que no es posible separar por géneros el esfuerzo mediante el que hemos conseguido cambiar la realidad del país. Es más he rendido una especie de homenaje a las madres y abuelas de mi generación en línea con el que en su día se tributó en Sabin Etxea a las mujeres jeltzales. Por qué, pues por la sencilla razón de que las mujeres llegaron a aportar con su trabajo no remunerado en los hogares vascos hasta el 40% del PIB.
Yo creo firmemente en que la Euskadi de hoy sería inentendible sin esa aportación que permitió a muchas mujeres formarnos y participar en los equipos que, desde el sector público y privado consiguieron convertir la ruina industrial que recibimos en el país moderno del que disfrutamos hoy. Por ello creo obligatorio homenajear esta aportación, visibilizarla y seguir avanzando en el camino de la igualdad. Todo lo que dediquemos a promoverla es una inversión.
La verdad es que me decidido el enfoque, la preparación de esta charla me animó a desenterrar algunos recuerdos que me ayudaron a entender lo que era la desigualdad. Porque yo, con treinta años menos apenas la distinguía. Al final yo soy hija de una humilde familia de pescadores. Mi padre pescaba. Mi madre cosía redes en el puerto. Y gracias a ese trabajo y esfuerzo mis dos hermanos y yo pudimos ir a la universidad, formarnos e ir progresando en la vida. A mí me toco debutar en la política, aunque nunca descuidé tener una profesión que no me hiciese dependiente de este tipo de puestos eventuales. Así saque una oposición. Soy interventora municipal y el día que deje estas responsabilidades volveré a un ayuntamiento a ejercer esa responsabilidad.
A través de esos recuerdos he ido repasando la influencia que las políticas de igualdad aplicadas en el país han tenido en la progresiva incorporación de las mujeres a los puestos de responsabilidad en las instituciones. He reconocido y alabado el papel y trabajo de Emakunde en estas décadas para promover la igualdad y aprender a distinguir y corregir la desigualdad y los estereotipos que la producen. Me ayudaron a comprender mejor qué era y dónde había manifestaciones de igualdad, un problema que fui comprendiendo mejor a medida que fui rompiendo “techos de cristal”.
El primero lo rompí cuando sorpresivamente fui nominada como candidata a alcalde de Bermeo por EAJ-PNV, como independiente y sin experiencia política previa. Entonces empecé a tomar conciencia de lo que significaba y lo que había detrás del escaso número de mujeres que figuraban en las candidaturas y el mínimo número de ellas que finalmente eran elegidas como alcaldesas (el 9% en 1989). He relatado mis experiencias como alto cargo del Gobierno Vasco y diputada del parlamento y me he detenido especialmente en cómo rompí el “techo de cristal” que impedía hasta entonces a las mujeres acceder a la presidencia del Parlamento.
Allí fui más consciente de otro concepto que se está poniendo de moda el “acantilado de cristal”. Esta expresión, acuñada por la psicóloga Michelle K. Ryan hace referencia al efecto que las crisis en una organización tienen en la promoción de las mujeres a posiciones que nunca habían ocupado. Me he acordado, por ejemplo, de Idoia Mendía, que tuvo que asumir el liderazgo del PSE vasco en su peor momento, o de Ana Urquijo a la que le pasó tres cuartos de lo mismo en el Athletic de Bilbao. Y he recordado que cuando llegue a presidir el Parlamento acabábamos de vivir el vergonzoso boicot personal que le costó el cargo a Juan Mari Atutxa en un momento en el que la crispación campaña a sus anchas en el antiguo instituto que acoge la sede del Parlamento vasco.
Afortunadamente aquel parlamento fue el primero que se benefició de las disposiciones de la Ley de Igualdad que habíamos aprobado en 2005 y quedó compuesto por más de un 50% de mujeres algo que creo que ayudo a mejorar el ambiente junto con otras circunstancias que sin duda ayudaron, como el final del aznarato y la lamentable tapa del “pensamiento “único” que apadrino el que para mi ha sido el peor de los presidentes del estado desde que acabó la dictadura. Este repaso me ha permitido recordar algunos episodios que ponen bien en claro el papel que tienen los estereotipos en la persistencia de la desigualdad y lo que tenemos que trabajar, a nivel individual y colectivo para derribarlos.
Finalmente he desgranado un decálogo para seguir avanzando en la igualdad. He destacado que una de las aportaciones femeninas en estos cuarenta años ha sido cambiar el discurso sobre este problema y he celebrado que gastar en igualdad se considere una inversión. He insistido en el papel de cada uno para derribar los estereotipos que causan la igualdad, he apoyado la política de cuotas, he considerado un atentado contra la competitividad marginar el talento femenino y he animado a los hombres a implicarse en la causa por la igualdad. He cerrado su intervención recordando una de las razones con las que ha defendido en el Parlamento Europeo el desbloqueo de la directiva para garantizar el acceso de las mujeres a los consejos de administración.
Modestamente aunque con la lógica satisfacción que produce haber acertado, debo de destacar que el final de esta intervención desencadeno una salva de aplausos (de mujeres) en el pleno del Parlamento Europeo, como pocas veces he podido volver a escuchar: “Conciliar, cuidar de los hijos, de los mayores, compartir la mágica tarea de transformar una hipoteca en un hogar, es una oportunidad. Los hombres van a descubrir que disfrutar de esta parte de la vida les hará más felices. Les ayudará a entrenar su inteligencia emocional. Les conectará con sentimientos, con vivencias, con personas, con problemas, con responsabilidades, de las que llevan siglos huyendo”.
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