CRITERIOS EUROPEOS PARA AUNAR ESFUERZOS CONTRA LA PANDEMIA

| 15 septiembre 2020 | Responder

El Parlamento Europeo ha celebrado esta tarde un debate sobre la necesidad de coordinar criterios a nivel europeo para determinar el riesgo epidémico de los distintos territorios europeos. En la actualidad muchas regiones europeas tienen distinta calificación epidémica en cada estado miembro lo que revela que existe un gran nivel de arbitrariedad en estas decisiones. Sin embargo, las repercusiones de este tipo de decisiones son enormes en términos de libertad de circulación de personas y mercancías. Eso produce, para empezar, perplejidad y por supuesto, da lugar a todo tipo de sospechas y origina graves perjuicios a personas y empresas y una evidente distorsión en el mercado interior.

Por eso he abogado hoy porque cualquier restricción que afecte a la movilidad de ciudadanos o mercancías entre Estados Miembros y para medir el nivel de riesgo sanitario de cada región europea se adopte de manera transparente y con proporcionalidad, sea previsible y se base en criterios homogéneos. No tiene ningún sentido insistir en que el virus no conoce fronteras para, a continuación, hacer valer precisamente las fronteras para imponer restricciones que no tienen ningún sentido ni desde la perspectiva epidemiológica, ni desde las libertades, ni desde la del funcionamiento de la unidad de mercado.

No es tan complicado establecer criterios homogéneos si realmente reconocemos la calidad de los sistemas sanitarios de todos los estados miembros, si sabemos que los medios de diagnóstico que utilizan son idénticos y aplicamos y enriquecemos criterios epidemiológicos compartidos. La epidemiología elemental parte de la base de que las cifras, en términos absolutos, no dicen nada y en términos relativos deben ponderarse con criterios objetivos. Al porcentaje de positivos por cien mil habitantes hay que añadir el porcentaje de positivos por prueba realizada, al número de pruebas efectivamente realizadas por cien mil habitantes y cruzar este dato con el tipo de colectivo al que se practican.

La capacidad de rastreo, un factor clave determina además a quién se le hacen pruebas. No es lo mismo hacer test aleatorios que practicarlos a colectivos de riesgo, o a personas relacionadas con focos identificados de infección. Igualmente deben de ponderarse la edad media y especialmente el impacto de la enfermedad sobre el sistema sanitario y el nivel de ocupación de los hospitales.  La recogida de datos de este tipo y un mecanismo rápido y sincero de intercambio de datos permitirá tomar decisiones transparentes proporcionadas y previsibles.

La ausencia de estos criterios compartidos propicia que la situación de un territorio concreto sea de máximo riesgo en Copenhague o Atenas, pero irrelevante en París o Copenhague. Un viajero que llega desde el mismo lugar puede pasear tranquilamente esa tarde por el centro de Roma o verse obligado a confinarse durante 14 días si llega a Bruselas. Necesitamos criterios compartidos, un mecanismo rápido y eficiente de intercambio de datos y un proceso transparente para decidir cualquier restricción. Solo cuando ocurra eso terminará la arbitrariedad, recuperaremos las virtudes de Schengen y la fortaleza del mercado único.

Creo que también nos hace falta ponderación y entender y asumir que esta pandemia requiere, para empezar del compromiso individual de cada uno. Estas semanas he tenido ocasión de escuchar a expertísimos “epidemiólogos” que, por supuesto no saben que es una función analítica, juzgar insegura la vuelta al colegio porque “no hay medidas de aislamiento. Su dictamen, expuesto generalmente a voz en cuello…en la terraza de un bar sin mascarilla y fumando se escuchaba mientras sus hijos jugaban tranquilamente con otra decena de chavales en unos columpios vigilables desde el bar en el que se despellejaba a “los políticos”.

Ese tipo de actitud propicia que otros políticos de vocación, pero sindicalistas de profesión de hayan animado a convocar la huelga de la educación de hoy. Es, simple, directa y llanamente mentira que no haya protocolos, que se hayan improvisado o que se hayan adoptado de manera unilateral. Durante todo el verano desde Julio se han estado preparando y como es público y notorio con cerca de treinta reuniones formales sin que haya trascendido una sola crítica formal, concreta y específica a qué no se está haciendo que se pudiese hacer. Así se llega a una convocatoria esperpéntica en la que se protesta por las condiciones de seguridad del día 15 para asumirlas como adecuadas el 16. Salvo que se considere que todos los que regresan a su puesto sean unos kamikazes.

El tratamiento mediático de la pandemia llama también y poderosamente la atención. La letanía de que no se ha hecho nada o que todo se hace tarde, mal y sin acuerdo, no resiste un análisis serio. Las cifras que retratan la situación se manosean con una frivolidad que espanta y las que certifican que se han hecho muchas cosas bien no interesan. No debe olvidarse que hay que vender y que el soniquete de moda es comercial. Si a eso añadimos determinados intereses editoriales sale un discurso injustamente corrosivo para la credibilidad y los resultados que ofrecen hoy las instituciones y sus responsables.

A mi me llama la atención mucho más lo que se calla, lo que no se cuenta, que lo que llena páginas y páginas o consume minutos de radio y televisión. No soy periodista, pero una tarde de conversaciones cruzadas me sirve para comprobar, cada día, que la principal queja de los camareros y empleados de hostelería se centra en la actitud de los irresponsables que hacen un conflicto de cada recordatorio que se les hace de las normas o que hasta llegan a agredir a alguien o a no pagar una consumición porque “¿quién eres tú para decirme a mí, como me tengo que tomar una birra?”. Algo común, cotidiano, frecuente, extendido y fundamental para entender lo que ocurre, pero menos comercial que sugerir que él o la política de turno son unos ineptos. Visto el éxito del vídeo de la surfista negacionista de Donostia hasta a ese prejuicio creo que podría dársele una vuelta.

En ese contexto parece entretenido y gracioso demonizar a las personas que, en solitario, asumen cada día la responsabilidad, personas que soportan que auténticos ignorantes, oportunistas o simple y llanamente mentirosos les falten al respeto personal y profesional. Personas que, con su esfuerzo, dando la cara, aciertan o se equivocan en un territorio incierto, inédito. Pero personas que hacen, resuelven, deciden, se arriesgan y asumen lo que va a ocurrir. Una conducta más cívica y responsable que la que observan quienes desprecian ese esfuerzo y se perdonan a sí mismos cada imprudencia porque “por un ratito sin mascarilla” …porque “”no voy a renunciar a esta cena con los colegas, solo faltaría” …” Estoy bien, a mí el positivo no me hace quedarme en casa. Hoy se sale…”

Cortar con ese estado de cosas pasa sin duda por reiniciarnos, por asumir que la convivencia con este virus será mejor si todos nos comprometemos a cumplir nuestra parte del contrato. Solo saldremos de esta juntos, arrimando el hombro y asumiendo cada uno su parte de responsabilidad. A mí, lo que me tocaba hoy es, desde mi posición, recordar que Europa tiene sentido cuando añade valor. A nadie se le ocurre que desde Bruselas se pueda gestionar un hospital en Barakaldo. Pero tampoco nadie entiende como los estados tratan de utilizar las fronteras inútilmente para combatir la pandemia. Esa incapacidad para la coordinación es responsabilidad de los mismos estados que insisten cada día en que el virus no entiende de fronteras quizás presionados por una opinión pública que se construye de un modo tan particular.

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