EUSKADI Y EUROPA EN EL ABERRI EGUNA DESDE 1933
Esta mañana, nada más “reconectarme” con el mundo asomándome a mi teléfono móvil ha querido la casualidad que el primer impacto me haya trasladado a la sede del hospital de campaña instalado en la feria de muestras de Madrid. Una banda de música militar interpretaba allí el himno nacional de España. Centenares de teléfonos, varios de significados dirigentes políticos, tuiteaban la ceremonia. Todas y todos ellos transmitían emoción e insistían en la idea de que hay sentimientos, como el de la identidad colectiva, que unen, que emocionan, que hacen comunidad, que animan a miles de personas a sentirse parte de lo mismo y que nos hacen mejores, más fuertes.
Lo curioso es que algunos de los que difundían con legítima emoción las notas de la “Marcha Real” sostienen numerosos y despectivos comentarios sobre otros sentimientos nacionales igual de legítimos que los suyos. Estos días leeremos insultos y comentarios despectivos sobre el Aberri Eguna, la fiesta nacional de Euskadi. Comentarios que provienen, se jalean y alientan desde otros sentimientos nacionales que, desde su posición dominante, no acaban de entender que la diversidad es el signo de nuestros tiempos y que no hay nada más peligroso que ignorar la historia para repetir en el futuro errores que han costado muy caros. Desde las grandes, las que confunden identidad nacional con estado, se pretende escribir el discurso del vencedor para descalificar, deslegitimar e incluso ridiculizar a esas identidades “de segunda” a las que se aplica el desdén y si las cosas se ponen serias, hasta la parte oscura de la “razón de estado”.
Estos días volveremos a leer y escuchar las habituales descalificaciones desde lo establecido, lo legítimo, lo fetén, sobre y contra lo periférico, lo paleto, lo pequeño, lo despreciable. Básicamente porque es diferente y se considera inferior a lo “mío”. Así han salido a pasear por enésima vez las obras no tan completas de Sabino Arana, el supuesto etnicismo del actual PNV, ignorando una vez más los años y el contexto en que aquellas doctrinas fueron ideadas y escritas. Pocos recordarán que aquel nacionalismo vasco primigenio es pariente del nacionalismo romántico de la época e hijo de las secuelas de la eliminación unilateral de los fueros a manos del último esclavista de Europa, Antonio Cánovas del Castillo. Arana se sentía, como miembro de una comunidad repentinamente alterada por un repentino y veloz proceso de industrialización más colonizado que colonizador. Y desde ese punto de vista construyó su obra.
Y es que el político malagueño, siendo presidente del Consejo de Ministros, defendía en aquellos años la esclavitud en la prensa europea como herramienta de progreso económico para los “amos” y beneficio moral para quienes la sufrían. Canovas, consideraba a los “negros” miembros de una raza inferior que necesitaba del recto juicio de los “blancos” para ordenarse, vivir decentemente y no ceder a sus naturales inclinaciones a la vagancia y el anarquismo.
Ningún nacionalista vasco en su sano juicio se atrevería a sostener hoy que aquellas barbaridades tienen influencia alguna hoy en el ideario político de los principales partidos españoles, pese a que en la Plaza de la Marina Española, en la entrada principal del Senado, un monumento de veinticinco metros de altura rinde homenaje al mencionado ciudadano sin que un solo “pero” recuerde su afán por defender, ya a contracorriente, el tráfico de seres humanos. Bueno sería para la convivencia que hicieran lo mismo los “vascólogos” que, en días como hoy, descontextualizan los escritos del fundador del PNV.
Tampoco sería malo que fuesen más allá y que se animasen a recorrer la historia más que desconocida, premeditadamente ignorada y oculta del PNV. Porque lo cierto es que desde la década de los treinta del siglo pasado los jeltzales empezaron a aproximarse a los entonces incipientes movimientos europeístas y fueron de las escasísimas formaciones políticas que, en el periodo de entreguerras, vieron en un espacio europeo compartido de libertades que ayudase a reformar los caducos conceptos de estado nación del XIX, una salida para encauzar democráticamente el encaje de una identidad nacional existente y reprimida. De hecho en 1933 el PNV celebró el Aberri Eguna bajo el lema “Euskadi Europa”.
Esa cosmovisión propició que, durante el exilio, el Gobierno Vasco y en particular su lehendakari José Antonio Agirre viviesen en primera línea la creación de la Democracia Cristiana Europea, participasen en los Nuevos Equipos Internacionales y en el Congreso de La Haya, un acontecimiento histórico directo precursor de la CECA, el tratado de Roma y la actual Unión Europea. En la Sede del Gobierno Vasco en París se fundó la delegación estatal del Consejo Vasco del Movimiento europeo.
Tampoco se recuerda la intensa vocación social de aquel partido cristiano cuyo principal dirigente, el propio Agirre, había demostrado con hechos que otro capitalismo era no solo posible sino inteligente y rentable. Los diarios de sesiones del Congreso dan fe de los elogios que el entonces secretario general de la UGT de Bizkaia, Santiago Aznar, dedicó en la tribuna a la experiencia de participación de los trabajadores en la gestión y los beneficios que Agirre puso en marcha en su propia empresa “Chobil”, Chocolates bilbaínos. Esa tradición está presente hoy en los presupuestos de nuestras instituciones públicas cuyo acento social se subraya en todos los estudios comparativos para desesperación de algunos sindicalistas locales que tienen, por prescripción corporativa, prohibida cualquier lectura objetiva de la realidad.
El PNV tras la segunda guerra mundial tejió una amplia y potente red de relaciones con las potencias aliadas y con importantes mandatarios de los principales paises democráticos europeos.
Mientras, en España, Franco y su propaganda glosaban las grandezas de la “raza” hispana y se mostraban como uno de los escasos apoyos que los nazis tuvieron en Europa. Cualquiera que lea hoy “La Causa del Pueblo Vasco” un libro precursor del vice lehendakari Francisco Javier de Landaburu comprobará la sideral ventaja que separaba en la década de los sesenta al PNV de las doctrinas franquistas al uso sobre nación, estado y ciudadanía que durante cuarenta años estuvieron insertándose, a sangre y fuego, en las meninges de millones de españoles. Lo mismo cabe decir sobre sus fundamentos y cultura democrática. Cuando hoy tantos comentaristas “descubren” a Aitor Esteban como un político de talla no hacen otra cosa que encontrarse con décadas de convivencia del PNV y sus cuadros con políticos y democracias consolidadas.
Hoy, mientras se reclaman respuestas europeas frente a una pandemia que “no respeta fronteras” se “nacionaliza” la dirección de la crisis ofreciendo respuestas españolas, francesas o italianas al problema. Esta divergencia se pagará a precio de oro en los próximos años. En el colmo de los despropósitos algunos de esos estados han desarbolado sus propias estructuras, asumiendo liderazgos lejanos para gestionar el hoy y aquí, el día a día acabando con la lógica de la subsidiariedad que requiere también la gestión eficiente de lo global
Ninguna identidad puede en el mundo de hoy ser exclusiva y excluyente. Todas las responsabilidades, hoy, son compartidas. Las “unidades” forzadas ya no funcionan. Hoy vivimos tiempos de uniones voluntarias, conscientes, activas. Y en ese escenario no hay peor camino que negar la realidad y regatear reconocimiento y diálogo.
Esperemos que este Aberri Eguna nos haga más conscientes de que somos porque fuimos y de que seremos mejores si sacamos algunas lecciones de los aciertos y errores que nos ha traído hasta aquí. Nosotros lo tenemos claro: no tenemos la menor intención de clonar estructuras del siglo XIX. El futuro habla de corresponsabilidad, de cosoberanía. En ese modelo de derechos, igualdad, libertad y democracia, no caben “razones de estado” ni cuartos oscuros. Cabe, si así se decide, libre, consciente y consecuente suma. Y hay futuro para el reconocimiento, el respeto y la cooperación. Por eso, como en 1933 Euskadi sigue pensando en esa federación europea en la que esta forma de ser y estar, como vascas y vascos, sea posible.
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