UN CONCIERTO CONVENIENTE PARA EL DISCURSO DEL REY

FELIPE vi

La pasada semana, como todas las de pleno en Estrasburgo, ha sido agitada y compleja. Sin embargo no me resisto a poner blanco sobre negro las reflexiones que me suscitó esa sesión. Quizá porque en ella se dieron la mano todas las contradicciones tras las que se parapetan los intelectuales (algunos) y presuntos pensadores (bastantes más) que se dan a tertulias y artículos en estos meses para analizar el para ellos preocupante estado de la indisoluble unidad de la nación española.

El pleno fue interesante, entre otras razones, porque se pudo apreciar de manera clara y didáctica la diferencia entre dos conceptos políticos que algunos manejan como sinónimos pero que son, en realidad, antitéticos: unión y unidad. Participaron en el pleno los presidentes de los dos países más importantes de la Unión (con permiso de UK) Angela Merkel y Francois Holande. Además otro jefe de estado, el rey de España Felipe VI celebró el treinta aniversario del ingreso de España en la Unión con un discurso ante la cámara.

Merkel, Holande, y hasta Felipe VI hablaron del futuro de la Unión Europea en términos encomiásticos. Recordaron los desafíos globales y lo imprescindible que es afrontarlos unidos y lo hicieron con diferentes voces, idiomas y desde diferentes culturas y tradiciones políticas. Los tres recalcaron que había que conseguir esa unión y utilizaron argumentos, que no amenazas ni descalificaciones, para convencer a los reacios a ponerse a la labor. Entre los aludidos, todos los estados miembros de la UE, algunos más pequeños que Euskadi y mucho más pequeños que Cataluña y muchos con menos PIB per capita y hasta absoluto que ambas naciones europeas.

Cada uno habló de cómo aportaba cada país a esa unión. Felipe VI explicó que España quiere sumar unida y diversa sin hacer mención alguna a los problemas territoriales que se viven en su reino que tienen su origen, precisamente, en que el cemento que se presume bueno para compactar la Unión Europea, que necesitamos para construirla, es un producto desconocido en la construcción del estado en el que reina. De hecho no se considera siquiera necesario para arreglar los desconchados de la pared. La razón es metafísica: la pared propia podrá estar desconchada, incluso rota, pero la ley, la Constitución, ese marco mágico que transforma lo feo en bonito dice que no hay grietas. No en vano consagra la indisoluble unidad de España, concepto en el que no caben, fisuras, discusiones, ni dudas. La represión de todos estos debates, la negación de los propios problemas, la incapacidad para resolverlos hablando es corrosiva para cualquier convivencia, desde la doméstica a la de los pueblos y naciones. Esa es la diferencia entre Unión y Unidad.

Por eso y tras escuchar desde el máximo respeto institucional al Rey de España destaqué esta paradoja. Es difícil aportar a un proceso de unión cuando en casa hay grietas. Y es difícil asumir los procesos que fundamentan un proceso de unión cuando en casa se elude el debate a base de aludir a una Indisoluble Unidad que solo se soporta en la tinta que reproduce la frase en cada ejemplar de la Constitución. La unión, la suma de la diversidad en

que se basa el proyecto europeo tiene su origen en la libre adhesión de las partes, es abierta y democrática. Argumentada. Necesita de política, de diálogo, de convicción. Requiere un proyecto primero útil, segundo lógico, y tercero sólido lo que acaba haciéndolo atractivo, cautivador. La indisoluble unidad especialmente cuando está garantizada por la intervención de las fuerzas armadas nada tiene de esas calidades. Es antidemocrática y antigua. La necesaria y pendiente reforma de la Constitución debe comenzar por ahí, comenzar a pensar en un verdadero federalismo europeo si pretende durar o servir en los próximos años.

Esta es una de las diferencias que hace fútil, que en realidad convierte en un brindis al sol la comparación de la constitución hispana con otras de las de nuestro entorno. La Constitución del 75 es hija de su tiempo, hija del proceso, nada habermasiano de constituir con bastantes deficiencias democráticas un demos, el español, que tampoco es compartido por todas y todos los que, DNI en ristre reciben la clasificación jurídico política de españoles y españolas. Superadas las trabas que entonces pudieron impedir este debate con naturalidad, ahora debería abordarse. Lo contrario, cronificar esos conceptos tan antiguos que tienen un pecado original no menor es tomar ventaja, aprovechar los réditos que a algunas posiciones políticas les ofrece hoy aquella situación de ayer.

Plantearse esto no está de moda, aunque debería ser la pauta si uno se considera patriota español u aspira a una verdadera unión de las naciones de España. No está de moda porque la respuesta se ofrece, con esos esquemas antiguos, antes que la pregunta. Hay miedo a asumir  la plurinacionalidad de España, su diversidad y una enorme resistencia a resolverla de manera democrática y moderna. Para empezar los estados nación del siglo XIX ya no existen ni volverán a existir Por eso tan malo es aspirar a parecerlo en el siglo XXI como a copiar una estructura tan caduca desde realidades como la vasca. Estado y Nación no son lo mismo. Hay algunas fórmulas que están en camino de demostrarlo. La construcción de una ciudadanía común europea, respetando las identidades nacionales de quienes la componen es una de ellas. Por eso me hubiese gustado un discurso más valiente y moderno, con menos tópicos y una apuesta por una solución en esta línea, europea, moderna y democrática a los problemas territoriales de España.

Lo digo porque a nivel interno algunos de los instrumentos de autogobierno que tenemos son otro buen punto de arranque para prosperar en esta dirección, para transformar conceptos decimonónicos. Entre ellos están, por sus características de bilateralidad y por el nivel de autogobierno que propician, sobre la base de la propia responsabilidad, el Concierto Económico y el Convenio Navarro.

Es quizá por eso por lo que entre los neo-nacionalistas, entre quienes añoran esa Unidad más basada en las gónadas que en las neuronas, ambos instrumentos son hoy instituciones a abatir. La presunta razón que anima el intento de demolición de Concierto y Convenio es que privilegian a quienes los disfrutan. Paradógicamente ninguno de los que se quejan ha convertido ambos en objetos de deseo, lo cual debería alertar a cualquier persona mínimamente crítica.

La razón es bien simple. Los críticos, aunque aparentan con sus boutades, algunas tan zafias como la de la presidenta andaluza Susana Díaz, no estar al corriente de las características básicas de ambos sistemas, las conocen a la perfección. Saben que Euskadi y Navarra dependen, en exclusiva de sus ingresos, de su recaudación fiscal y que mantenerla o incrementarla solo es posible generando desarrollo económico. No hay fondos para el rescate ni para la liquidez que valgan.

Saben también que a eso hemos estado en estos últimos treinta años, desde que recuperamos el Concierto. Saben que lo hemos hecho apostando por la economía real, por la industria, por el sector productivo, pese a que algunas políticas fundamentales para ello, como la energética o la regulación del sector financiero no estaban en nuestras manos. Y saben que pese a todo somos un caso de notable éxito. Porque la composición de nuestro PIB por sectores es mucho más sana que la que se da en otras zonas del estado. Allí no se recuerdan menciones críticas ni grandes diferencias entre PP y PSOE a la hora de plantearse qué hacer con su país. Podemos convenir que ambos no han acertado en las recetas aplicadas para convertir España en un país moderno.

Por eso los demoledores que ahora dicen envidiar el Concierto y el Convenio, lo que de verdad quisieran es haber recorrido otro camino y tener un tejido económico e industrial como el nuestro. Por supuesto obvian que la diferencia no es fruto de la casualidad sino de tres factores: proyecto, liderazgo y políticas adecuadas para alcanzarlo. Hay muchas apuestas, mucho trabajo privado y público y mucho esfuerzo dedicado a modernizar un país, que no se olvide, nos entregaron en ruinas. Ahora cuando luce el esfuerzo se señala al dedo porque la luna deslumbra en las conciencias de casi todos.

Cuando hablamos de estas simples realidades con representantes institucionales o periodistas españoles cunde la incomodidad, nadie devuelve un argumento y pocos siguen interesados en la conversación. Porque salen las cifras, porque se desmonta con facilidad la propaganda y porque no cabe sino reconocer que por aquí las cosas se han hecho razonablemente bien. Resulta que los de la boina a rosca, los que solo se miran el ombligo, los aldeanicos, llevan décadas mirando al mundo y funciona con otros esquemas y valores que han dado mejores resultados. Además comprueban que no hay ninguna disposición a morir de éxito porque, como en todo lugar en el que las cosas dependen de la economía productiva, éxito es levantar cada día la persiana y seguir trabajando.

Por eso se habla de Euskadi y se conoce a Euskadi en Europa. Por eso como ya hemos comentado otras veces, tenemos aquí entidad e identidad. Así comisarios europeos destacan esta diferencia entre estructuras económicas a la hora de explicar los problemas del paro en España o elogian la política vasca de innovación. También se elogia la política industrial vasca o en los informes de fiscalidad que aprueba cada año el Parlamento Europeo se reconoce que estos sistemas de federalismo fiscal en los que no solo debes preocuparte de los gastos sino de los ingresos, son una excelente herramienta para prevenir el déficit y favorecen el desarrollo de la economía productiva. Por eso por aquí varias regiones se han asomado con interés a nuestra oficina para saber más sobre el Concierto y siguen resonando los ecos de la famosa sentencia del Tribunal de Luxemburgo en la que se considera que el Concierto, por su autonomía económica y normativa encaja de pleno en la legalidad comunitaria. En línea con la táctica anteriormente comentada de aparentar ignorancia los más conspicuos censores del Concierto y Convenio buscan en Europa escusas para seguir con su cruzada.

Por eso viendo las claves del éxito de los sistemas de Concierto y Convenio creo que Felipe VI perdió una gran oportunidad para referirse a ellos como uno de los abonos de la España de la Unión y desterrar así el espantajo de la Unidad. Bilateralidad, acuerdo, libre elección y libre adhesión por cierto, que son los que fundamentan la Unión Europea que con tanto ardor alabó el monarca en la tribuna. Emitir en esa onda me parece más inteligente que tratar de colocar a escobazos la basura debajo de la alfombra.

Vistas las referencias regias a Europa como espacio de paz y reconciliación también me pareció mejorable que no se incluyesen en aquel discurso algunas palabras sobre el proyecto de paz y reconciliación pendiente en España, el del País Vasco.  El Rey habló de la creación de un espacio común de libertad y seguridad (el antiguo tercer pilar)  y se refirió incluso al mutuo reconocimiento de resoluciones judiciales. Espero que esta cita implique un cambio radical y rápido en la política penitenciaria, básica para el proceso de paz en el País Vasco. España en esta materia no obedece decisiones marco de las instituciones Europeas y ha sido expresamente reprobada por ello por la Comisión Europea. España no reconoce las penas cumplidas por algunos reclusos en otros estados de la Unión y hay un conflicto abierto ahora mismo que amenaza con acabar en sanciones contra España.

Me gustaron las menciones al modelo social europeo y una mayor integración política y económica de la Unión Europea expresadas en el discurso de Felipe VI. Sin embargo se ha perdido una gran oportunidad para hacer autocrítica. En Bruselas y las instituciones europeas están cansados de que en España se les acuse de ser el origen de todos los males. En este contexto no hubiese estado de más reconocer que los problemas que vive en España tienen su origen en un modelo de desarrollo equivocado y fallido, en una falta de diligencia en el control del sistema financiero y muchas decisiones erróneas de las propias autoridades españolas que ha llevado al reino de Felipe VI a su actual situación e inducido en su ciudadanía una injusta desconfianza hacia las instituciones comunitarias.

Hablar de la propia responsabilidad, cambiar de modelo, pensar en otra forma de generar riqueza es la clave de la salida del laberinto español. Una lección que, volviendo al Concierto alguna vez les han mencionado en Europa. Creo que va siendo hora de reconocer los errores propios, la única forma de superarlos. Y bajar del pedestal a quienes se presentaron en su momento con artífices del «milagro económico español» que puede acabar con el todo poderoso ministro de Economía y Hacienda de la época en la cárcel. Toda una metáfora de lo que había detrás del cartón piedra desde el que se asoma a veces a dar lecciones algún ex presidente de infausto recuerdo. Si como decía un ya demodé pero en su momento famoso radiofonista, «el tiempo es ese juez supremo que da y quita razones» un somero repaso a los resultados de la obra de aquel «estadista» hablan por sí mismos.

Otro apunte. Al hablar del europeismo desde el estado español, quienes reivindican la españolidad de Euskadi o Cataluña siempre hablan  de los mismos. Hubiese sido un  detalle reconocer la apoirtación del PNV por ejemplo a la construcción eurppea, teniendo en cuenta el papel que el lehendakari Aguirre jugó en los Nuevos Equipos Internacionales que prepararon el tratado de Roma. Hubiese sido, además de justo y merecido, razonable e integrador. Y hubiese animado a muchos españoles, anclados en un conocimiento parcial e inducido sobre el supuesto etnicismo del nacionalismo vasco a revisar sus conocimientos y la historia y llevarse, seguramente, una buena sorpresa.

Estas son algunas de las razones por las que el alabado discurso de Felipe VI en Estrasburgo me pareció pobre, tímido y antiguo. Una oportunidad perdida. Hoy Felipe VI es el jefe del Estado Español. En esa condición le reciben en Europa. Escucharle con todo el respeto y plantear una posición razonada como esta me parece más honrado que tener escrita la opinión sobre el discurso antes de escucharlo o recurrir a la mercadotecnia política para encontrar tus segundos de telediario. En eso consiste la democracia y una quizá con cierta ingenuidad espera que al menos la actitud sirva para que se te reconozca con el mismo respeto y hasta se te escuche, aunque sea en un modesto blog como éste. En el telediario será más difícil…

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