CONTRA LA PASIVIDAD ANTE LA TRAGEDIA DE PALESTINA
Ocurrió en Naplusa, una de las localidades más castigadas de Cisjordania. Un lugar en el que de modo completamente arbitrario el ejército de Israel abre y cierra un paso fronterizo, el paso fronterizo. La puerta a través de la cual muchos palestinos pasan a territorio hebreo hacia su puesto de trabajo o regresan a casa. Yo viajaba en pleno bloqueo de la franja de Gaza en mi condición de presidenta del Parlamento Vasco con la comisión de Derechos Humanos de aquella institución presidida en aquel momento por nuestro actual lehendakari Iñigo Urkullu. Corría la tercera semana de octubre de 2006.
Habían cerrado el paso fronterizo hace un par de horas y la gente se apiñaba a uno y otro lado del check point esperando para pasar. Nosotros hacíamos gestiones con los soldados hebreos para continuar nuestra misión de observación. Teníamos una cita esa misma tarde en Jerusalén y ya llegábamos tarde. Justo en la línea un operario de una cristalería suplicaba a los soldados que le dejasen terminar su tarea. Iba a colocar un cristal de regulares dimensiones a una casa ubicada a menos de cien metros de aquella “frontera”. El hombre sujetaba el cristal con las dos manos y no quería dejarlo en el suelo pese a la incómoda posición que le obligaba a mantener. Le acompañaba su hija pequeña, una niña morena, menuda, con unos ojos expresivos, profundos y oscuros.
El hombre se ponía cada vez más nervioso. Les explicaba que solo necesitaba media hora para llegar hasta la casa colocar el cristal y volver y ofrecía hacer el trabajo desde fuera de la casa para que no le perdiesen de vista. El responsable del puesto, un soldado joven, casi adolescente no hablaba. Solo negaba con la cabeza mientras balanceaba, casi imperceptiblemente, el enorme fusil que daba al conjunto un aspecto agresivo y amenazador. Su interlocutor se giraba, suplicaba y se agitaba con el cristal en ristre hasta que en uno de aquellos molinetes golpeó con la esquina del cristal a su hija. El impacto fue brutal por la fuerza con que se produjo, la fragilidad de la víctima, la naturaleza del objeto que le abrió la frente y el entorno que rodeaba la escena. Una cuadrilla de hombres fuertemente armados entre barricadas de alambre de espino y personas asustadas y humilladas.
Aún recuerdo como se rio el soldado y como la risa se contagió al grupo que le apoyaba. Ni él ni ninguno de sus compañeros hizo amago de atender a la niña que cayó al suelo y comenzó a sangrar profusamente. El padre finalmente posó el cristal y consoló a la pequeña mientras le limpiaba la herida. Cuando cortó la hemorragia recogió el cristal y volvió resignado a la cola.
Esta es solo un síntoma de la grave enfermedad que vive aquella zona del mundo, una de las muestras de inhumanidad que viví durante aquel viaje en el que tan pronto te inhibían la señal del móvil como colocaban un zepelín sobre tu cabeza destinado obviamente a seguir todos tus movimientos y quién sabe si también tus conversaciones. Vimos edificios destrozados en bombardeos selectivos, infraestructuras pagadas por la cooperación europea convertidas en escombros y escuchamos increíbles discursos de justificación por parte de los soldados que nos recibieron al salir de la franja de Gaza, sometida entonces a un bloqueo total cuando terminamos una de las visitas que más me ha impactado de cuantas he realizado en estos años. Porque aquello me pareció una cárcel enorme, una especie de patio gigantesco de una siniestra prisión en el que se hacinaban y malvivían centenares de miles de personas a las que resultaba complicado pronosticar un futuro feliz.
Por eso lo ocurrido este verano en Gaza no me ha sorprendido. Tampoco la reacción europea. Pasividad, complejo, parálisis, miedo, lentitud…son palabras que describen una vez más la actitud de nuestra Unión ante la masacre que se ha vivido en Gaza este verano.
Así comencé ayer mi intervención sobre este conflicto en el parlamento Europeo. Por supuesto reconocí que los cohetes que parten de la franja contra Israel son un acto de violencia, pero considero ilegal y desproporcionada la respuesta hebrea a estas agresiones. Creo que bombardear escuelas, asesinar niños y destrozar hogares e infraestructuras y llamar cínicamente a tanto sufrimiento “daño colateral” es una barbaridad injustificable.
Por eso desde que visite la sede en Ramallah del Parlamento Palestino y dediqué una semana a recorrer aquella herida que sangra a tres horas de avión de Estrasburgo comprendí que sin un árbitro exterior digno de tal nombre las cosas no podían sino seguir empeorando. Por eso he tratado de responder cada vez que he podido al compromiso de concienciar en Europa a todos los que pueda sobre esta situación.
Por todas estas razones, por humanidad, por solidaridad, se impone que exijamos a Israel el mismo respeto a derechos humanos elementales que el que reclamamos a otros países con menos padrinos. Es una cuestión de dignidad, credibilidad y justicia. Empiezo a estar cansada de ver a Europa exhibir músculo con Honduras o Bolivia y agachar la cabeza cuando China, Israel o algún otro grande vulneran los más elementales derechos de las personas.
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Me gusta lo que has planteado y me gusta lo que has escrito…pero yo no creo que esto se arregle al menos en un futuro cercano, lleva mucho tiempo enquistado, escenas como la que cuentas se dan a patadas , piensa que unos son civiles, los otros pertenecen al ejercito y no es cualquier ejercito que ya se sabe lo que hay … y como tienen que actuar. Preguntale a los EEUU que bien se lo pasan « uno le hace cosquillas y el otro le rasca la espalda´´. Mira como han agachado la cabeza en Zara con la famosa camiseta de rallas , que no se donde esta el parecido a mi juicio, mas bien se parece a una telnyashka de la marina rusa , la estrella es diferente…,pienso que hay que defender la memoria historica pero cada vez son mas inquisidores.
Si yo hubiera planteado el tema de la camiseta a Indetex se habrian bajado los pantalones???
Musus