ADA SIN HACHE, SIN SUERTE, SIN VARITA… SIN DERECHOS

Tristeza es la palabra. Ada, sin hacHe, sin suerte, sin varita mágica…SIN DERECHOS. La mujer nigeriana que fue hallada el domingo en coma en un gimnasio de Bilbao ha muerto a consecuencia de la brutal paliza que al parecer le propinó un presunto maestro en artes marciales llamado Juan Carlos Aguilar, al que veo poco antes de escribir esta crónica  haciéndose pasar por una especie de santón místico en un programa de televisión grabado hace 13 años. Su caso ha destapado la personalidad de un individuo llamado, de no haberse neutralizado su trayectoria, a convertirse en un verdadero asesino en serie. De momento se sabe que otra mujer colombiana sucumbió de la misma manera que hoy lo ha hecho Ada. Su nombre Jenny Sofia.

Las palabras se agotan y más en una situación como esta en la que a las habituales circunstancias que se dan en todos los casos de violencia de género se unen otras dos especialmente graves, porque añaden desprotección a las víctimas. La primera su carácter de inmigrante sin papeles y la condición que eso supone. la segunda la situación que le llevó aa ejercer la prostitución para tratar de sobrevivir en la «tierra prometida» a la que llegó buscando un futuro mejor o directamente huyendo de una situación imposible.

En cuanto al primer asunto la pasada semana tuve ocasión de volver a insistir, en unas enmiendas parlamentarias, en una idea que tengo muy clara: las personas tenemos una serie de derechos que son inherentes a nuestra condición de tales. Están recogidos a nivel universal en la correspondiente declaración y a nivel europeo en la carta de derechos fundamentales que se integra en el Tratado de Lisboa.  En consecuencia somos las personas quiénes somos iguales ante la ley, no los españoles, los franceses o los alemanes por tener esa identidad nacional.

Me he hartado muchos años de escuchar a los plumbeos predicadores que hicieron fortuna en el tiempo del pensamiento único que quienes no tenemos una nación estatalizada poníamos la identidad por encima de los derechos individuales, cuando defendemos exactamente lo contrario. La identidad es un derecho individual, no la llave que da acceso a todos los demás derechos. Ese era el modelo del mal llamado «Plan Ibarretxe»

Justo lo contrario es lo que se defiende en la Constitución Española que recuerda en su artículo primero que «Todos los españoles son iguales ante la ley». Las restricciones sanitarias para los inmigrantes, auténtica barbaridad humanitaria, epidemiológica y económica, es un ejemplo de hasta que punto esa discriminación se aplica y rige hoy. Menudo trabajo tienen los autodenominados «constitucionalistas» para cuadrar sus sofismáticas retóricas con los efectos del etnocentrismo que preside su «Carta Magna».

La segunda cuestión es igual de lamentable. Un amigo al que, por razones laborales le tocó estudiar profundamente el mundo de la prostitución me envió un día un relato basado en las conversaciones que había tenido con centenares de mujeres nigerianas metidas a la fuerza en ese «negocio». Me ha dado permiso para colocarlo aquí aunque me pide que mantenga el anonimato. Merece la pena. El resumen es bien simple. Vivimos en un mundo tan desigual, tan difícil, que algunas personas prefieren estar aquí tres o cuatro años ejerciendo la prostitución, realizando entre seis y diez «servicios» al día que morir de un machetazo en el recodo de un camino después de ser violadas en un  país en el que no hay garantía alguna de comer si quiera una vez al día, en el que el agua corriente es un verdadero lujo y en el que cualquier problemilla que no pasa en nuestro mundo de pequeño incidente sanitario, una herida, una infección bucal o un ataque de apendicitis, indefectiblemente te cuesta la vida.

Por eso no quiero dedicar una sola línea al perturbado que presuntamente ha matado a Ada y una mujer Colombiana de la que ahora sé que se llamaba Jenny Sofía. Creo que hoy, todo el espacio, toda la solidaridad y todo el cariño lo merecen dos víctimas que hace demasiado tiempo estaban marcadas con el sello de la fatalidad. Eran mujeres, además nacieron más al sur o más al oeste de las coordenadas en que nacimos nosotras y nosotros. Sin papeles. Sin derechos. Asesinadas.

EN HOMENAJE A TODAS LAS MUJERES COMO ADA Y JENNY SOFIA

 IFÉ

Ifé coloca su nariz junto al fajo e inspira. El olor es complejo. Un olfato entrenado, como el suyo, repasa la historia de aquella materia y extrae su mínimo común denominador: papel y tinta. Allí percibe también trazas de tabaco refumado, nicotina de madrugada, sudor, humedad y tanino. Intimidad de billetero. La última señal que capta su cerebro.

 El paquete, que coloca ahora en un sobre grande, sepia, ha vivido una penosa gestación en el más extravagante de los úteros, una papelera “Brabantia”. Su rutilante cromado es la única concesión al orden y la limpieza en una habitación atestada de colchones y ropa de cama a ras de suelo. Quizá por ello jamás contuvo otra cosa que billetes de cincuenta euros. En su interior, la criatura que olfatea Ifé, comenzó a crecer, desde las dos primeras, dolorosas y lloradas unidades, hasta alcanzar las rotundas 600 que tiene hoy. Aquel vientre de alquiler decidió hace mucho no responder, boquiabriendose, a cada pisotón.  La misma rebeldía que añoran las piernas de la mujer.

 Todas sus compañeras han utilizado la misma incubadora para cultivar su incipiente patrimonio. Dentro de la papelera, cada feto tiene el vientre ceñido por una goma de distinto color. Cada chica tiene el suyo. Identifica sus billetes y sus trenzas. Cuando vuelven del trabajo, sobre las cinco de la mañana, concurren en el cubo con las ganancias del día e Ifé alimenta su referencia morada.  Por eso el aliento de la papelera huele a intimidad de cartera, papel y tinta. Con ciertas dosis de sarcasmo alguien colocó sobre la tapa el trabajado logotipo de una Caja de Ahorros.

 La incorporación de nuevas unidades a los fajos, de madrugada, es una excelente ocasión para exorzizar algunos demonios y comenzar peleas que declinan, los días de labor, con el rumor del tráfico y la rutina. Algún fin de semana la misma bronca desencadeno una medición de ruido por parte de eficientes técnicos municipales.   

 Extramuros del pandemónium que preside la papelera, en el que Ifé ha dormido estos seis meses, hay un descansillo, una puerta blindada frente a la suya, un ascensor y una zarzuela de aromas en la que los más variados registros compiten con el fuerte olor del pescado cocido con especias que ella come cada día. Para un olfato entrenado, como el suyo, no es difícil encontrar en aquellos aromas, aparentemente gastronómicos,  prisa, ira, apuros, cariño y algún toque de fino exotismo. Todo un repertorio que, como un libro abierto, describe el estado de ánimo del vecindario. De la gente “normal”. Las mismas caras inexpresivas, monótonas y pálidas que, abundan también entre su clientela.

  Veinticinco de los treinta días del mes, durante seis meses, Ifé ha utilizado el ascensor poco después de las seis de la tarde, para acudir a la llamada de Jesús. Baja con otras mujeres como ella, nigerianas. Morenas. Jóvenes. Adornadas con unas trenzas estrechas que disciplinan tanto rizo natural.

 El paseo es deprimente. El ascensor se abre a un portal tan estrecho como la escalera. En menos de tres metros se abigarran las escaleras de acceso a la calle y la puerta de salida. Afuera, siempre, Jesús y su furgoneta azul de cristales tintados. Y algunos chavales que conocen los horarios y esperan ver algo, porque Ifé y sus compañeras bajan en traje de faena. Por el momento Jesús les deja apostarse frente a la puerta, en un desvencijado patio de vecindad, sin cobrarles nada. Pero todo se andará.

 En este semestre Ifé ha conocido tres locales, distintos por fuera, idénticos por dentro. En todos huele a lo mismo, a tabaco refumado, a nicotina, matizada con trazas de sudor nada selectas, humedad y materia orgánica en descomposición. Hay trazas indubitadas de semen, quizá ligeramente caducado, adornadas con otra especia que no puede identificar. En Nakaguee, junto a Duré, no se usan espermicidas y el látex es completamente desconocido. Un olfato entrenado como el de Ifé triunfa sobre el ambientador barato que nebulizan a litros en cada local para maquillar aquella mezcla acre que solo la petulancia de determinado arquetipo de occidental identificaría con un macho enfebrecido.

 En este semestre Ifé ha conocido todo tipo de varones: acomplejados, tímidos, expresidiarios, faltones, inocentes, mastuerzos, tiernos, idiotas, caraduras, tirillas, rapidillos, sucios, reincidentes, superdotados, insaciables, macarras, viciosos, deformes, malolientes, pálidos, ancianos, lilas, impotentes, descreídos, racistas, vivalavirgenes, comodones, enfermos y hasta un frailón. Comprende poco la sexualidad occidental. La encuentra espasmódica, y algo desangelada. En la mayor parte de los casos los coitos torpes, apresurados, cibernéticos o abiertamente salvajes, dolorosos, le han recordado la forma de comer de los gorilas, la especie que más claramente prima la cantidad sobre la calidad. Quizá por eso los borrachos, cuando se corren, se les parezcan tanto.

 Ifé llegó con un contrato de bailarina, y ha aprendido poco castellano. Los previos no dan para más. Cree intuir lo que significa “conejo” y “zorra”,  distingue el verbo “abrir” y no tiene duda alguna en torno al significado de “mamada” o “chúpamela”. Por eso añora el tacto y el olor de la gente de verdad, el aroma de las personas y sus fluidos, sin colorantes ni conservantes. El perfume del verdadero amor que espera poder volver a intercambiar,  con otra alegría, bajo las estrellas del ecuador.   

 Sin embargo, contar sabe desde siempre. Jesús le facilita la casa en la que duerme y el lugar en que se atropella con los clientes. En compensación el conductor de la furgoneta se ha venido quedando con el 50% de lo que le pagan por “servicio”. Jesús se está haciendo un chalet con jardín en la zona más cara de la ciudad, tiene tres teléfonos móviles y mueve, cada día, 50 chicas. Un vecino de Ifé, que conduce camiones hormigonera, le ha vendido unas cuantas toneladas de cemento para levantar cimientos y pilastras. Definitivamente el mundo es pequeño.

 Ifé, en cambio, tras seis meses en el infierno, tiene 600 billetes de 50 euros pero hoy vuelve a Nakaguee y se le va desvaneciendo la mirada de perro apaleado que le ha acompañado en esta campaña. En Nigeria los dólares son más conocidos que los euros  y los que lleva, en Nairas, son un fortunón. Por eso Jesús le hace el favor de cambiarle el taco marrón por su traducción al verde. Los 37 de mil dólares son supertransportables. Se llevan de maravilla. Casi tan fácil como los 500 que el buen samaritano cobra por la gestión bancaria. Eso sí, el avión está pagado. Cuando la metieron en esto le dieron el billete de ida y vuelta.

 Ifé ha recibido un buen consejo de las veteranas. Por eso, en el aeropuerto, antes de llegar al control de pasaportes, cambia un billete de mil,  oculta cuidadosamente los otros 36 en el doble fondo de la maleta y distribuye los 10 de cien entre un neceser viejo, desgarrado, que asoma en la boca de la maleta, un bolsillo lateral de su troller, el pañuelo que le adorna la cabeza y la cartera.

 Un peine ancho de madera negra trufado de pelos, dos barras de labios, un perfume barato, un desodorante, lo que fue un cepillo de dientes y un revoltillo de horquillas, cintas para el pelo, tres tiritas y algún otro aparejo de higiene íntima completan el panorama que ve el policía que examina el equipaje de Ifé. Ha comprendido que lo que busca está en la pequeña bolsa de flores estampadas.  Sin decir palabra le señala una puerta situada a su derecha. Ifé coge su equipaje y penetra en un recinto que huele a tabaco refumado, a nicotina, matizada con trazas de sudor nada selectas, humedad y materia orgánica en descomposición. Un olfato entrenado, como el suyo, reconoce inmediatamente las trazas de semen, quizá algo más fresco que el habitual. También se percibe, como un calambrazo, el fósforo que utilizan las cerillas de cera. Dos policías se ríen al verla. Uno de ellos está ya soltándose el cinturón. Asoman unos calzoncillos lamentables.

 – ¡Hoy es fiesta putón, es el día de la Constitución. Y nosotros currando…Cagüenlá…!¡Vamos a ver que llevas aquí!.

 -Soy chica morena…Ifé, Ifé,…bailarina…, dice la propietaria del equipaje.

 -¡Bailarina!…¡Putón, más que putón y negra además!. ¡Cómo tendrá el chichi!. ¡Pasta, lleva pasta!. Somos caros nosotros. Si quieres quedarte la mitad  un par de mamadas y listo. Ya sabes…¡MA, MA, DAS!.  ¡A los dos, que se te acaba el permiso de residencia!.

 Ifé comprende, se aplica y termina la tarea con pulcritud, rapidez y la eficiencia que otorga la experiencia y aconsejan las circunstancias. Los policías quedan listos para el relevo y la mitad de la comisión que se llevó Jesús. Ifé paladea la opresión que siente en el zapato.

 – ¡Estas cada vez saben más! sentencia uno de los aduaneros.

 Con ese trámite Ifé pasa el control de pasaportes y concluye su estancia en el primer mundo. Sabe que tendrá que sobornar también al aduanero de Lagos. Le cobrarán más de lo debido por el barco que la llevará subiendo el curso del Niger,  desde la capital, a la desembocadura del Benue. Todo se normalizará cuando se acerque al Ngadda. En Yola podrá considerarse una mujer rica y millonaria en Nakaguee en donde el menú del día, arroz, pescado de río y con suerte vino de palmera, se cobra en Nairas, moneda no convertible. Conceptualmente, 10 céntimos. Quince días. 

  Pese a la afirmación del policía, pese a los seis meses de aprendizaje sobre la sociedad de consumo, la morena no sabe que se lleva una información que vale mucho más que los 36.000 dólares que aprisiona en el zapato y los quinientos que ha conservado en el neceser para llegar a casa. Con mucha más exactitud que la empresa que le ha cobrado a Prime 200.000 dólares por su último estudio, gracias a un trabajo de campo indiscutiblemente más preciso, esforzado y valeroso,  la extrema intuición matemática de la mujer que se marcha ha certificado, con total precisión, el tamaño medio del pene del hombre europeo. A estas alturas, sin embargo, está encantada de olvidarlo. Espera que la hierba seca, la tierra húmeda, el plenilunio, que también perfuma en África, compensen para siempre el ambientador barato, el tabaco refumado, la nicotina, matizada con trazas de sudor nada selectas, la humedad, el tanino, la intimidad de billetero, el papel, la tinta, el semen revenido. El aliento de la Brabantia.

 Jesús, que en el fondo es tan tonto como mala persona, aún no se ha dado cuenta del dinero del que prescinde cada semana, cada vez que marcha una de sus pupilas. Mientras, los guardias que han relevado a sus compañeros en el cuarto de los horrores esperan impacientes otro equipaje como el de Ifé. ¡Alguna compensación debe tener trabajar un seis de diciembre! Todos los españoles somos iguales ante la ley y si es fiesta, ¡es fiesta! ¡Coño!. 

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Comentarios (3)

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  1. Txol dice:

    Izaskun triste el relato Ife. Creo que hay muchas mujeres sin« h´´. Que se puede hacer ? Entre que se mira para otra parte, somos un pelin hipocritas ? Realmente el gobierno no pude hacer nada en estos temas referente a la prostitucion ???. Si se legaliza habria menos mafias ??? (claro que no me imagino erradicar la prostitucion )
    Hace dos semanas otra agresion sexual y asi suma y sigue con decir que estaba mal de la cabeza todo vale. Que queremos castigos ejemplarizantes pero ya, si hay algo que me llama la atencion es la facilidad que tienen para cambiar las leyes « mas rapido que inmediatamente ´´ y no les tiembla el pulso… eh? pues lo mismo para estos casos.
    Musus

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