DEMOCRACIAS Y democracias

Ya de vuelta por Bruselas tras las vacaciones de Navidad las noticias del día me traen a la memoria el último pleno que celebramos en Estrasburgo. Ya os conté la reacción que los parlamentarios del Partido Nacional Escocés habían escenificado ante la posición británica tras la última cumbre europea. La respuesta del premier británico no se ha hecho esperar, pero al contrario de lo que hubiese ocurrido aquí, ha enfrentado de cara el debate que se plantea. Cameron efectuó ayer unas declaraciones en las que anima a Escocia a hacer un referéndum sobre su independencia en un plazo de dieciocho meses y con una sola pregunta clara: Independencia si o no.  Este es el documento original emitido por la BBC.

Comparto la respuesta que ha ofrecido a esta propuesta el gobierno escocés. En efecto, los plazos, las preguntas y los resultados de esa consulta son competencia y pertenecen al pueblo escocés. Pero me encanta el tipo de respuesta que Cameron ha planteado a una cuestión política y democrática, porque abre el campo para la necesaria negociación en un marco en el que nadie impone pero en el que tampoco nadie impide. Y porque se basa en el principio básico de la libre adhesión de las comunidades que se conciben como tales en otras comunidades o estados. Es la expresión de las diferencias que hay entre una democracia asentada, madura y fundamentada en la voluntad de los ciudadanos como la que funciona en el Reino Unido y otra que está empezando, que está llena de prejuicios y condicionantes y a la que le falta mucho para asumir el concepto de pluralidad, como ocurre en España y que tiene causas concretas y explicables que solo pueden curarse a base de tiempo. No se puede pedir razonablemente a una sociedad educada durante décadas en la negación de la pluralidad y los hechos nacionales, en la represión de las lenguas distintas al castellano, que de repente perciba estos hechos deportivamente. Y eso se refleja en las ideas que se barajan sobre nacionalidades, lenguas, etc en España. Baste recordar la respuesta que el Congreso de los Diputados ofreció, en forma de un «no» pequeño, acomplejado, provinciano y temeroso, a la propuesta de reforma del estatuto que planteó el Parlamento Vasco un ya lejano mes de febrero de 2005. Al menos sirvió para que muchísimos españoles comprobasen el nivel político del anterior lehendakari, que ganó por goleada el debate parlamentario.

Quiero también recordar que, en este caso, a diferencia de lo que ocurre en el nuestro, a nadie se le ha ocurrido suscitar que Escocia, si decide finalmente ser independiente, va a quedar con ello excluida de la Unión Europea, una cantinela que estamos demasiado acostumbrados a oír por aquí. Es lo que se llama «ampliación interna» de la Unión. También quienes han despreciado lo conseguido hasta la fecha por la vía autonómica deberían reparar que en la respuesta escocesa a la propuesta de Cameron hay una alabanza expresa al principio del federalismo fiscal y la autonomía económica en que se basa nuestro Concierto. Insisto en que en este siglo, por esa vía, por la de la competitividad, la eficiencia y el desarrollo se va a alcanzar una identidad que tiene ahora su expresión en notas de otro tipo, especialmente culturales. Y es que la actitud corporativa de un país ante los desafíos que nos plantea el presente globalizado es una cuestión cultural y de valores. Tiene que ver  con lo que pensamos y hacemos sobre el trabajo y con nuestro patrimonio en conocimiento y personas. También con las pautas y políticas con que hemos estimulado actitudes como la superación, el emprendimiento, el afán por conocer y el impulso de los conocimientos, actitudes y aptitudes ante lo técnico y lo científico.

Por eso mientras algunos filosofan y siguen pensando en pequeño, en la España Una Grande y Libre de siempre remozada con algunos toquecillos de maquillaje, en algunos lugares nos estábamos dedicando a estas cosillas. Por eso hoy estamos mucho mejor que nuestro entorno y en otras condiciones para salir de la crisis. Y esa diferencia va a reavivar el debate sobre nuestro estatus constitucional.

Afortunadamente los tiempos pasan para todos y en Europa empiezan a mirar con mucha más comprensión lo que nos ocurre a escoceses, vascos, flamencos, padanos o catalanes.  Vivimos en estados que ni comen ni dejan comer. Solo cuando hay apreturas parlamentarias nos dejan pintar algo en la política «nacional».  Jamás se han preocupado por cambiar el modelo productivo de un estado que necesita esa evolución. Siguen pensando en banderas, himnos y manejan unos conceptos sobre soberanía y ciudadanía anclados como poco en la primera cincuentena del siglo pasado. Luego hay que escucharles todos los días hablando de provincianismo y presentándose como paladines de la renovación.

Frente a las rancias argumentaciones esgrimidas por los grandes partidos españoles la última vez que se ha debatido en serio sobre este asunto en España la propuesta de reforma de estatuto vasco que se conoció como «Plan Ibarretxe» superaba en modernidad ampliamente a PP y PSOE. Contenía los fundamentos de lo que es ser una nación en Europa en el siglo XXI porque convertía la identidad en un derecho más, no en la llave que da acceso a todos los derechos. Y planteaba unas relaciones con el estado pensadas para los tiempos que vienen en los que nadie se escandaliza cuando se habla de la Europa de dos velocidades. Ningún ciudadano o ciudadana vasca va a entender que, pudiendo viajar en la primera le condenen, por el hecho de ser español, a renquear en la segunda.

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  1. DEMOCRACIAS y “democracias” « Arabatik | 10 enero 2012

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