EL GOBIERNO DE MARRUECOS MERECE LA CONDENA DE EUROPA

Hoy hemos vuelto a ocuparnos de los graves incidentes ocurridos la pasada semana en las proximidades de El Aaiún. Para que nadie tenga ninguna duda de cual es nuestra posición he utilizado con todas sus letras la palabra «condena» para referirme a las autoridades marroquíes, al gobierno de Rabat que una vez más ha manejado muy mal este problema.

Las primeras víctimas de su actitud han sido los muertos y heridos que su ataque contra este campamento ha ocasionado. En este momento no se dispone de información fiable sobre el número real de víctimas. No hay una lista de fallecidos, heridos ni detenidos que permita objetivar la dimensión de lo ocurrido. Pero es claro que ha habido muertos y heridos. Por eso lo primero es Lamentar todas las muertes ocurridas en este episodio, porque todas, sean de policías marroquíes o activistas saharauis, son irreparables.  Mi solidaridad con las familias de todos ellos. Y una conclusión evidente. La violencia no es el camino para resolver conflictos políticos. El primer balance de este triste incidente es que hoy en el Sahara ocupado hay más dolor, más víctimas, más resentimiento y la paz y una solución pacífica están un poco más lejos.

Por eso esta tarde he pedido, como primera medida que la ONU que investigue oficialmente lo sucedido. Con más datos será más fácil ser justo al juzgar lo sucedido. Sin  embargo he comenzado condenando la actuación de los gobernantes de Rabat  porque si sabemos que durante el ataque se han vulnerado los derechos individuales de la ciudadanía saharaui que pedía pacíficamente mejoras sociales. Se ha limitado además la libertad de prensa e información y se ha impedido acceder a la zona a decenas de parlamentarios europeos, estatales y regionales. Entre ellos algunos miembros del Parlamento Vasco.

En consecuencia la segunda víctima de esta actitud es la verdad. Si no hay nada que ocultar resulta incomprensible ese apagón informativo, ese blindaje contra los ojos y las sensibilidades que, desde fuera pueden hacer un retrato más objetivo de lo que ha pasado. Y el responsable de esa situación no es otro que el Gobierno de Marruecos que es quién ha tomado la decisión de impedir el acceso de observadores a la zona, sean parlamentarios o periodistas.

Otra de las cosas que ha llamado la atención en este incidente es que el campamento fue atacado el día que comenzaba la tercera ronda de reuniones informales sobre el estatus del Sáhara occidental en Nueva York. El día parece realmente elegido para boicotear esta mesa de diálogo. Desde luego lo que ha pasado no engrasa las relaciones entre las partes. Más bien dificulta los acuerdos y pone en riesgo la precaria y tensa «paz» que se vive en la zona. Y las gentes que viven en el Sahara occidental necesitan una salida pacífica y justa a la ocupación que sufren desde que se produjo la marcha verde.

Si queremos contribuir a acercar esa solución y a consolidar la paz, hay que ponerse de parte del agredido y apoyar su posición, pero además hay que pedir calma a las partes, porque este tipo de incidentes fomentan las declaraciones incendiarias, calientan el ambiente. Estos días ya he oído a portavoces del polisario sacar músculo y presumir de su capacidad militar para poner en apuros a Marruecos. Del mismo modo las autoridades marroquíes, además de atacar campamentos, sostienen un discurso que no es precisamente un dechado de diplomacia.

Resolver este problema, una reminiscencia del proceso de descolonización que tan mal llevó la España del tardo-franquismo,  requiere un dialogo permanente entre Marruecos y el pueblo Saharaui. Eso no es posible sin respeto mutuo y referencias de arbitraje dignas de tal nombre. Aquí hay unas hace mucho tiempo. Son las resoluciones de las Naciones Unidas sobre este conflicto. En ellas se cita expresamente el derecho de los saharauis a ejercer el derecho de Autodeterminación. Eso no admite rebajas. Se pueden negociar ritmos y procedimientos pero no otra cosa, salvo que descubramos ahora cono horror que quienes suelen decir que a algunas organizaciones les importan más las cosas y los territorios que las gentes que viven en ellos sean los primeros en hacer lo que critican. Ejemplos tenemos de lo frágil que resulta esa convicción por ejemplo en Euskadi o Cataluña. Basta recordar lo que ocurrió con el mal llamado plan Ibarretxe o con el estatuto de Cataluña.                                                                                                 

Y en el marco de este tipo de dobles raseros no me resisto a insistir en otra idea que repito desde que ví en el pleno del Parlamento lo que ocurría con el golpe de estado de Honduras. Aquí a los pequeños, a los débiles o a los heterodoxos, se les critica sin ningún problema. Pero no se hace lo mismo con los poderosos, los ricos o los especialmente amigos. Ya me ha tocado denunciar esta actitud en otras ocasiones en asuntos relacionados con Israel o con Cuba : Hay que denunciar siempre las vulneraciones de los derechos humanos. No importa quiénes, ni dónde, ni cómo, ni porqué las protagonicen.  Porque los principios y valores democráticos siempre deben estar por encima de los intereses.  No es fácil entender que hagamos de la palabra «condena» la piedra filosofal de todo cuando nos interesa y que no seamos capaces de aplicarla siempre que la ocasión lo merece.

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