EL LEGADO DE AGIRRE

Hoy se cumple el cincuenta aniversario de la muerte del Lehendakari Agirre. Siento de verdad no poder estar en el acto que se va a celebrar en la basílica de Begoña, pero no me resisto a dejar en este diario algunas reflexiones sobre su figura e influencia política que pretenden ser mi modesto homenaje a una de las más importantes figuras de la historia del País vasco en los últimos dos siglos.

La vida del lehendakari Agirre es admirable. Fue testimonio de sensibilidad social que acreditó con hechos, a través de una política de personal en la empresa familiar (CHOBIL-Chocolates Bilbaínos) que fue revolucionaria en su época. Constructor de acuerdos, líder, gobernante con profundos valores, que supo trasladar a la acción institucional en tiempos de guerra, fue un progresista de verdad, un demócrata convencido y  un estadista de primera magnitud. Pero además fue una persona extraordinaria. Sufrió en propia carne la dolorosa separación de su familia, la muerte en acciones bélicas de parientes próximos, la calumnia, el expolio de su patrimonio personal y la difamación. Presenció y padeció los efectos que la consolidación de la dictadura franquista tuvo en la conducta de las autoridades francesas, que expulsaron a Agirre de la sede del Gobierno Vasco de la avenida Marceau y clausuraron radio Euskadi. Sin embargo jamás predicó el odio.  

La trayectoria y legado político del primer lehendakari, José Antonio de Agirre y Lekube es fundamental para entender el PNV de hoy y su ideario. Durante la dictadura franquista los dirigentes del PNV se codeaban con Schuman ó De Gasperi, se integraban en los Nuevos Equipos Internacionales de la Democracia Cristiana Europea y participaban en la génesis de lo que a finales de la década de los cincuenta sería el Tratado de Roma, verdadera carta fundacional de la Unión Europea. No es por ello extraño que los complejos de muchos hayan aconsejado meter en el congelador la figura del Lehendakari Agirre e insistir en algunas caricaturas sobre nuestra historia y valores que califican a quienes insisten en ellas.

Por eso es una necesidad divulgar la vida de Agirre y su ejemplo entre las jóvenes generaciones de vascos que pueden encontrar en sus aventuras un verdadero referente. El primer lehendakari tiene una vida de película.  «De Gernika a Nueva York pasando por Berlín» es una historia repleta de acción y apoyada en valores muy positivos. Hay pasajes impagables como la cena del José Andrés Alvarez Lastra, el abogado panameño en que se transformó Agirre para escapar de los nazis, con el corresponsal del ABC en Berlín que compartía esa condición con la de miembro de los servicios secretos españoles.  Eligieron el nombre, entre otras razones, para poder aprovechar el guardarropa de Agirre cuyas camisas, maletas, complementos, etc. estaban marcados con las mismas iniciales J.A.A.L.

 Las páginas de esta obra maestra de la literatura de postguerra nos devuelven al mundo de los espías, los agentes dobles, el momento de la creación de Europa, la convivencia con los grandes apellidos de la política europea del siglo XX  y un nivel de reflexión y clarividencia que nos da la medida de la talla política del primer lehendakari. Recomiendo a estos efectos la narración del intento que realiza el propio Adolfo Hitler de captar para su cruzada algunas pequeñas naciones europeas a las que promete protectorados autónomos en el imperio que tenía en la cabeza. La negativa de Agirre y las razones que la sustentan son otra lección de valores y humanidad que pueden encontrarse en este libro.

En sus páginas podemos encontrar también las razones del profundo europeismo del PNV. Es un orgullo para mí trabajar para la sociedad vasca y el Partido Nacionalista en el Parlamento Europeo, una institución con la que soñaron el Aguirre federalista y su vicelehendakari Francisco Javier de Landaburu. La lectura de la obra de este último «La causa del pueblo vasco» es otra de esas tareas obligatorias para cualquier politólogo que quiera, de verdad, aproximarse a qué es el PNV.

Agirre tenía claro hace ya siete décadas que en Europa no solo cabe Euskadi: la presencia y contribución de países como el nuestro es una necesidad y una obligación. Hoy es una necesidad porque  en muchos de ellos se están generando iniciativas de éxito contra la crisis que tienen su origen en el conocimiento de lo que ocurre, en la soltura con que se combina lo público con lo privado y local con lo global y en un espíritu, el de querer permanecer y sentirse parte de una sociedad. Esa es una de las razones del éxito económico de muchas de estas regiones. Hoy es una obligación porque solo funcionan de verdad las integraciones que se hacen desde abajo hacia arriba. Y mal empezamos si los principales actores de la integración europea, los estados, comparecen en esta tarea sin tener resueltas sus propia cuitas territoriales. Conceptos como el de «ampliación interna de la unión» deberían, cada día hacer reflexionar a las cabezas pensantes de este proyecto europeo.

Estas líneas que escribo a todo correr en la sala de espera de un aeropuerto pretenden contribuir al recuerdo al lehendakari Agirre  en el cincuenta aniversario de su inesperado fallecimiento y servir de expresión de un compromiso: Como vasca y como nacionalista estoy comprometida con una Europa como la que pensaron nuestros antecesores, mas abierta, plural y transparente, más realista, asentada en valores humanísticos y construida de abajo hacia arriba. Tengo la obligación de seguir la cadena. Vivo el orgullo de ser parte de ella y la responsabilidad de no defraudar a nuestros antecesores, a quienes han confiado en nosotras y nosotros y también a quienes no lo han hecho. Y en eso me empeño con la máxima voluntad en mi cometido como europarlamentaria. Espero estar a la altura de un legado de tan alta calidad.

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